Epoca2.lajiribilla.cu2
AQUEL QUE NUNCA ME DEJA
A fines del siglo XVIII, la oscura conciencia de sí, de su
a raíz de la toma de su ciudad por los británicos y que, por otras mo-
en las más sobresalientes sensibilidades de la Isla: las de sus poetas.
SilvestredeBalboaensudiscutido Espejode paciencia. Se enca-
está, claro, la famosa «Oda a la piña», del habanero Manuel de
ción de la Sociedad Patriótica, luego Real Sociedad Económica de
Zequeira canta a una piña apuntalada con todo el aval de la
esta consagración de la primavera insular, de la que sería nuestra
«reina de las frutas». Nuestra, sí, porque Zequeira, desde algún reco-
veco de su sensibilidad, casi seguramente sin sentirla como tal aún
(¿quién puede asegurarlo?, ¿no se ha dicho que el poeta es profeta?)
se sacó la palabra que iba a llenar páginas y páginas en los años veni-
Y así la aurora con divino aliento
Brotando perlas que en su seno cuaja,
Conserve tu esplendor, para que seas
La pompa de mi patria.
Mágica, terrible palabra, que no ha cesado de desvelar, ha-
azucarero en Cuba, que, además, se agencia la poderosa emigración
Don Francisco deArango y Parreño prevé el cúmulo de ri-
queza que producirá la industria azucarera e inicia un pensamiento re-
formista el cual, de una manera u otra, va a nuclear a su alrededor una
poderosa intelectualidad. Esa capa pensante ya será, desde entonces,
la generadora de los cambios y proyectos de cambios en la Isla, unien-
do y dirigiendo a los estamentos sociales que fueron anhelando, suce-
sivamente, la transformación de Cuba.
dades como Varela, Heredia, JoséAntonio Saco, Domingo del Mon-
te, Luz y Caballero, José Jacinto Milanés,Anselmo Suárez y Romero,
esclavo Juan Francisco Manzano, para no mencionar a Gertrudis
Gómez deAvellaneda, cubana siempre, aunque se radicara en España
y los peninsulares la consideren suya.
Por supuesto, hay entre estos nombres –demasiado rápida-
mente consignados– las más diversas ideologías. Pero todos contribu-
yen en distinta y creciente medida, a ir creando en Cuba un pensa-
miento «para sí», una comprensión de sus modos de ser, de sus pro-
blemas y de las eventuales fórmulas para la solución de ellos.
El epítome de esa intelectualidad, a fines del siglo, es José
Martí, el habanero hijo de valenciano y canaria que diseña el proyecto
de la república cubana a finales del siglo XIX.
Claro que Martí –¿cómo iba a ser de otra manera?– asume
la tradición independentista que desencadenó la Guerra del 68 y se
vincula a los líderes históricos (Gómez, los Maceo, Calixto García,
Flor Crombet et al.) capaces de llevar adelante lo que él llamó «la
Pero si es heredero y continuador de esa tradición de acción,
den: Varela, Heredia, Luz, Saco, Del Monte, Mendive. Él valoró con
justicia la importancia del brillante pensamiento del reformismo y, por
supuesto, del que expresa –en Varela y Heredia– un temprano
independentismo. Él hace la fusión en sí mismo de las herencias de los
hombres de acción y de los intelectuales de la Isla.
Pero con Martí ese proyecto hereditario se transforma
radicalmente. No sólo porque va a buscar su apoyo en los sectores
populares, en quienes él llama «los pobres de la tierra», en un mo-
mento en que las clases poseedoras han sido muy menguadas en
Cuba, arruinadas por la guerra, sino por ser un político que crea su
programa haciéndolo surgir de y apoyándolo en la filosofía y la
Estados Unidos. Exactamente en Nueva York. Ahí asiste a la fase
de plenitud del capitalismo norteamericano y al instante en que éste
va a dar el salto a su expansión financiera. Martí es, en
Norteamérica, un escritor, un periodista que hace llegar su riquísi-
ma visión del gran país del norte a las páginas de los más importan-
tes diarios de Hispanoamérica, como La Nación, de Buenos Ai-
res, La Opinión Nacional, de Venezuela, o El Partido Liberal,
Las primeras crónicas de Martí en los Estados Unidos,
son las del ciudadano de una colonia tiranizada por su metrópoli,
que choca de pronto con la democracia liberal norteamericana y,
en cierto sentido, se deslumbra. Paulatinamente, sin embargo, esa
visión comienza a cambiar. Las crónicas escritas ya a fines de la
década de 1880 muestran a un Martí que ha comprendido que la
democracia estadounidense ha sido totalmente condicionada por la
riqueza. La república democrática se ha convertido en una «repú-
blica de clases», incapaz por serlo, de garantizar la que él quería
como ley primera de la república: el culto a la dignidad plena del
conformado una inapelable visión crítica sobre el capitalismo nor-
En las magistrales crónicas que escribe para el diario ar-
gentino La Nación, en torno al proceso en el que son condenados
a la horca los anarquistas de Chicago, sus juicios resultan termi-
nantes. Al señalar las causas que motivan una huelga en demanda
del cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas, tal y como
legalmente estaba establecido, escribe:
¡Quien quiera saber si lo que pedían era justo, venga
aquí; véalos volver, como bueyes tundidos, a sus mo-
radas inmundas, ya negra la noche; véalos venir de sus
tugurios distantes, tiritando los hombres, despeinadas
y lívidas las mujeres, cuando aún no ha cesado de
reposar el mismo sol!
Y, en su valoración completa del episodio:
Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en el
aire, embutidos en sayones blancos.
haya más fuego en las estufas, ni más pan en las des-
pensas, ni más justicia en el reparto social, ni más sal-
vaguardia contra el hambre de los útiles, ni más luz y
esperanza para los tugurios, ni más bálsamo para todo
lo que hierve y padece, pusieron en un ataúd de nogal
los pedazos mal juntos del que, creyendo dar sublime
ejemplo de amor a los hombres aventó su vida con el
arma que creyó revelada para redimirlos. Esta repúbli-
ca, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin
No será uno trazado a partir del norteamericano, el modelo
de sociedad que quiere para Cuba ni para la que denominará, apenas
tres años después, en un famoso ensayo, «NuestraAmérica».
El día anterior a su muerte en Dos Ríos le escribe a su herma-
no mexicano Manuel Mercado, que todo el objetivo de su lucha ha
impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se
extiendan por lasAntillas los Estados Unidos y caigan,
con esa fuerza más, sobre nuestras tierras deAmérica.
Es en esta carta donde escribe: «Viví en el monstruo, y le
conozco las entrañas: –y mi honda es la de David».
En Martí se produce un extrañísimo caso en el que un mismo
hombre es, a la vez, el mayor pensador, el mayor escritor y el mayor
político de su país. Es el generador de una guerra independentista en la
que muere, y los cubanos van a padecer permanentemente la frustra-
ción de no haber sido gobernados por el único hombre que ellos pen-
saban que lo merecía.
Tengo una amiga, profesora de literatura cubana y gran co-
nocedora de nuestra historia, quien dice que él es el único presidente
que ha tenido Cuba. Inderrocable, además, por ser un presidente del
anhelo y el sueño. Porque no es, no fue, un presidente real. Nunca tuvo
la posibilidad de fracasar o corromperse. Es el amor soñado y frustra-
do del pueblo cubano: el amor que no se puede olvidar. Todos los
líderes del país, no importa cuál fuera su ideología o su moral personal,
lo han invocado y han aspirado a sostenerse en su nombre, casi siem-
pre engañosamente. Es la encarnación del ideal que el cubano respeta
tivo de santo, se editó hace años un famoso estudio de Luis Rodríguez
Embil. Jorge Mañach le dio otro apelativo religioso, que tuvo mucha
más fortuna: el de Apóstol. Acaso porque podía laicizarse, y ver a
Martí como el propagador de una doctrina que es casi religión, sobre
todo por el fervor que concita. Sólo que, en la persona de Martí, se
reunirían los doce discípulos y el maestro generador de las ideas.
Siempre me ha parecido ejemplar aquella desolada crónica
que Rubén Darío publicó en La Nación, de BuenosAires, al producir-
se la muerte de Martí. Ejemplar por el acierto del nicaragüense al valo-
rar a un escritor que no tenía aún el reconocimiento al que era acree-
dor; ejemplar, hasta en el reproche formulado a la Cuba por la que
Martí entregó la vida:
¡Oh Cuba! Eres muy bella, ciertamente, y hacen glo-
riosa obra los hijos tuyos que luchan porque te quieren
libre; y bien hace el español en no dar paz a la mano
por temor de perderte, Cuba admirable y rica y cien
veces bendecida por mi lengua; mas la sangre de Martí
no te pertenecía: pertenecía a toda una raza, a todo un
continente; pertenecía a una briosa juventud, que pier-
de en él quizá al primero de sus maestros; ¡pertenecía
Ése es otro drama que Cuba ha enfrentado al asumir esa
herencia maravillosa y abrumadora que es Martí: el sentir la presencia
de un hombre y un pensamiento acaso demasiado grandes para ella,
acaso demasiado grandes para el mundo.
La real seriedad de Martí está en su programa, en su manera
de pensar al hombre y al cubano, en su utopía, que ha desbancado
para siempre cualquier otro pensamiento político en la Isla.Ahí está
su grandeza, que pudiera ser también una fuerza arrasadora, por-
que implica la persecución de un ideal, de una norma moral, de un
ideal inalcanzable de justicia y belleza colectivas que es siempre el
paradigma, el supremo objetivo del país y de sus hombres.
Cuba está llena del lamento por Martí. Desde la famosa
«Clave», en verdad una elegía a una cantante de un coro habanero
–Caridad– y queAlberto Villalón convirtió en la «Clave a Martí»:
Aquí falta, señores, una voz:
la clarina de mi clave,
la de la voz más suave
Caridad se llamó.
Apoyándose en el lamento por la desaparición de la clarina,
la «Clave a Martí» resulta una elegía peculiar. No es simplemente el
lamento por el muerto ilustre. No es el elogio del héroe caído, cuyas
virtudes se exaltan. Es el lamento por el desamparo en que nos dejó a
Aquí falta, señores, una voz
de ese sinsonte cubano,
de ese mártir hermano
que Martí se llamó.
La «clave» concluía con la lamentación, con el llanto por lo
irreparable, por lo que no tiene remedio:
Martí no debió de morir.
Si fuera el maestro y el guía,
otro gallo cantaría,
la patria se salvaría
y Cuba sería feliz.
Martí ahora vuelve a vivir.
Hoy es el maestro y el guía:
la revolución inspira,
ya Fidel sirve de guía
y mi Cuba ya es feliz.
tes del dúo marcharon a los Estados Unidos y al aparecer el proyecto
de Radio Martí, durante el gobierno de Ronald Reagan, allí estaba
como tema de la emisora, la vieja «Clave a Martí» deAlbertoVillalón,
cantada por el dúo Cabrisas-Farach.
como nadie–, Martí produce la percepción de una grandeza que pare-
Uno de sus más importantes estudiosos en Cuba, Roberto
Fernández Retamar, cuando lo ve (en su poema «Usted tenía razón,
Tallet, somos hombres de transición») desde su propia condición de
poeta, va a colocar al sujeto lírico que representa al autor, como
entre algún guapo de barrio y José Martí,
que exaltaba y avergonzaba brillando como una estrella.
Dos verbos capitales emplea aquí el poeta, en una com-
prensión que puede ser más honda que la de cualquier ensayo: exal-
tar, con la fuerza conmovedora de su persona, su pensamiento y su
palabra; avergonzar, porque esa fuerza es tal, que resulta inalcan-
zable, como pue-de serlo un astro; porque la vergüenza proviene
del hecho de ser hombres como Martí, pero él está muy por enci-
ma de nosotros.
Una percepción análoga he visto hace poco en un ensayo
del poeta José Kozer, un judío viboreño que marchó con sus pa-
dres a Nueva York en 1960, a los veinte años, y que ha vivido allí
con una entrañable fidelidad a lo cubano. En un ensayo que él titula
«Martí, una ansiedad», escribe:
Esto, lo intuyo de muchacho, lo reconozco ahora, es
demasiado alto. Es imposible vivir con el lenguaje y la
pureza ética delApóstol.
Pero tampoco invoqué su nombre, porque ese nom-
bre contenía y contiene una tal enrarecida altura de
amor y verdad que lo mejor es callarlo hacia afuera y
recordarlo constantemente, como a un Cristo, a un
Buda, a un Gandhi, hacia adentro. Es lo mejor, evitar-
lo. Lo mejor es seguir viviendo esta ansiedad, esta
ansiedad de su influencia y martirologio, la del Martí,
tores cubanos –al menos, dos de ellos son exiliados–, una tendencia a
la «desa-cralización» martiana. Creo que ésta tiene varias aristas. Tal
deAntonio José Ponte escrito en torno al centenario de la muerte de
los magnicidas gratuitos o de Eróstrato quemando el templo de Diana
en Éfeso, simplemente para conseguir un insano protagonismo. Es un
puro acto escandaloso que quiere procurarse el auditorio que los es-
cándalos confieren. Se trata de alcanzar, si no la fama, al menos la
Más seria –y más peligrosa– me parece la proyección de
descafeinado, como alternativa frente al patriotismo martiano. Ponte
también conecta con esta perspectiva, pero sus desplantes
exhibicionistas, o su sinceridad, le restan fuerza a su propuesta.
Éste es una suerte de neoconservadurismo que tiene una res-
petable (y triste) historia en la cultura cubana que ciertamente se debe
estudiar, pero que desde su primera formulación ha estado siempre
condenado al fracaso. Es la alternativa reformista vilipendiada por
Tacón; son los autonomistas de finales del siglo –los rivales de Martí–
maltratados por los integristas peninsulares de la colonia; es Jorge
Mañach aspirando a convertirse en el ideólogo de una viceburguesía
que no quería ninguno, como nunca quiso
–no quiere– escritores
ni pensadores, pues ya todo lo han pensado por ella.
Acaso en algún momento Cuba se permita superar el pensa-
miento martiano. Creo que ello sólo sería posible cuando el programa
martiano se haya conseguido plenamente y su doble anhelo –la inde-
pendencia de Cuba y la libertad de los cubanos– se haya asegurado.
Lo que Cuba nunca podría hacer, a menos que quiera suicidarse como
nación, es cancelar ese pensamiento. ¿Desean sus impulsores esa can-
celación, conjuntamente con el suicidio de la nación cubana? Ojalá no
lo quieran, porque de todos modos sería inútil. Pese a sus enemigos y
manipuladores, pese a quienes todavía no lo entienden, Martí es la
suprema riqueza de los cubanos y la ansiedad permanente del mayor
y más alto destino imaginado para este pueblo. Porque si esApóstol,
lo es de algo que va mucho más allá de la independencia cubana. Es el
Apóstol de un destino que todavía espera por nosotros.
Ahí está Martí, estará siempre para los cubanos. Amenos
que la Isla vuelva al fondo del mar que la rodea.
DIOS Y EL DIABLO EN LA TIERRA DEL SOL
ta en Sevilla. He visto a una ciudad volcada en la asunción de un
extraño culto, tan cristiano como pagano. Los «pasos» de las Her-
mandades transitaban por las calles sevillanas y la gente esperaba al
Silencio, al Cristo de los Gitanos, a la virgen deTriana, a la Macarena,
como si las procesiones católicas fueran también un insólito desfile de
carnaval. Los sevillanos lanzaban terrenales piropos a las imágenes de
la madre de Dios que cruzaban por la ciudad. Le escuché a una señora
el que, para ella, era el mayor requiebro posible para la «trianera»:
«¡Qué belleza! Parece una mujer». Bajo los pasos, los costaleros que
en el largo recorrido. En los cafés, en los bares, en las tascas de Sevi-
lla, corría el vino a raudales, se escuchaba música, se bailaba. Era
como si Doña Cuaresma hubiera sido súbitamente poseída por Don
dolid– encontraría un espectáculo totalmente diferente: contención,
parte. Para mí, paradójicamente, la imagen familiar, la que me recor-
daba las Semanas Santas de mi infancia en Cuba, no era la sevillana,
Recuerdo el Jueves Santo recorriendo de niño, con mi ma-
dre, las iglesias de Santiago de Cuba: Santo Tomás, San Francisco,
Dolores, Santa Lucía, la de laTrinidad, la Catedral.
A pesar de la proximidad de caracteres entre cubanos y an-
pesar del común mestizaje de Cuba yAndalucía, el clero español ra-
dicado en la Isla había escogido para la Semana Santa cubana, desde
sus orígenes, un modelo sombrío, castellano, casi visigótico. Porque
para producir en La Habana algo semejante a lo que ocurre en Sevilla,
tiza la conmemoración cristiana, como lo es en Sevilla,y permitir que
las imágenes sincréticas de los orishas, los rituales del espiritismo, los
cultos del Palo Monte entraran en la fiesta.
Ello jamás se permitió, y era una prueba más del secular des-
conocimiento o el conciente rechazo que siempre ha tenido la Iglesia
católica de las peculiaridades del sentimiento religioso popular cuba-
Todavía en 1998, cuando Juan Pablo II efectuó su ya históri-
ca visita a Cuba, rehusó (por el consejo de las autoridades eclesiásti-
cas cubanas, supongo) reunirse con los babalawos y diversos sacer-
dotes de los varios cultos religiosos de origen africano arraigados en
Cuba, todos ellos con vínculos con las creencias del catolicismo. Sin
embargo, tuvo encuentros con evangélicos y judíos, comunidades de
creyentes de muchísimo menos peso en la religiosidad nacional. Mi
opinión es que ello continuaba una trayectoria de rechazo a lo popular
que estaba en la historia de la Iglesia católica cubana desde sus oríge-
La Iglesia católica en Cuba defendió siempre las ideas más
conservadoras y se vinculó históricamente a
las clases más ricas
del país. Es cierto –como dijo durante la visita del Papa el arzobispo
de Santiago de Cuba, Pedro Meurisse– que el Gobierno cubano pro-
movió el ateísmo desde su posición de poder, pero lo es también que
la Iglesia católica se alió a las clases poseedoras cubanas o, mejor,
revalidó esa alianza, que era histórica.Tal vez por eso, con una extraña
e impolítica sinceridad, Meurisse evaluó la década de los años cin-
cuenta, como la del esplendor de
la Iglesia católica en Cuba,
aunque cientos de jóvenes fueran torturados y asesinados por las fuer-
zas policíacas, mientras el cardenalArteaga acudía a bendecir a Batis-
ta en el palacio presidencial recién asaltado por los estudiantes.
No otra cosa ocurre en nuestro sigloXIX: todo el movimiento
separatista cubano, integrado casi en su totalidad por creyentes, está
esencialmente separado de las estructuras de poder de la Iglesia cató-
lica. El predominio de las prácticas masónicas entre nuestros más no-
tables próceres independentistas (con la sola excepción del precursor,
el sacerdote Félix Varela, condenado por la Iglesia en Cuba y que
vivió su vida como exiliado en los Estados Unidos), desde Céspedes
hastaMaceoyMartí,dan noticia de un movimientoesencialmente lai-
co y en el que la Iglesia católica no tenía ascendencia.
El cubano conoce el anticlericalismo de José Martí quien, en
1887, rechazaba en Nueva York la excomunión del sacerdote norte-
americano McGlynn, el cura de los pobres. Todavía resuena la indig-
nación de la crónica martiana dirigida al diario El Partido Liberal, de
¿Conque hoy, como hace cuatro siglos, el que se niega
a retractar la verdad que ve, y que la Iglesia acata donde
no puede vencerla, o tiene que ser vil, y negar lo que
está viendo, o en pago de haber levantado en una dió-
cesis corrompida un templo sin mancha, es echado al
estercolero, sin agua bendita ni suelo sagrado para su
cadáver? ¿Conque la Iglesia se vuelve contra los po-
bres que la sustentan y los sacerdotes que estudian sus
males, y echa el cielo en la hora de la hiel del lado de
los ahítos, y arremete con ellos como en los tiempos
del anatema y la flor del Papado, contra los que no
hallan bien que las cosas del mundo anden de modo
que un hombre vulgar acumule sin empleo lo que bas-
taría a sustentar a cincuenta mil hombres?
Y alzaba Martí la voz airada contra
esa osadía de hablar de la pobreza de Jesús y vivir de
faisán con vino de oro en pompa de palacio [.].
porlaInquisiciónyporlos numerososcrímenes cometidos porla Igle-
a los tres sacerdotes que ocupaban cargos de ministros en el Gobierno
de la Revolución Sandinista, que puso fin a una de las más oprobiosas
tiranías de la historia y que fue desplazada del poder para dar paso al
corruptísimo régimen deArnoldoAlemán. Tal vez algún Papa, en el
2700, ofrezca disculpas por esa conducta de Juan Pablo II. La Iglesia
que actúa en Cuba en el año 1959 y los siguientes, es una Iglesia estre-
chamente relacionada con los núcleos de poder económico de la bur-
guesía cubana que emigró, y como tal se comporta. De ahí el rápido
aunque siga subsistiendo la condición de creyentes de muchos cuba-
nos, que más que militar en una religión, practican una «religiosidad»,
en el sentido de creencia, al margen de una estructura organizativa
como la entiende Martin P. Nilsson.
En su libro El arte de la espera, Rafael Rojas señala que
«una de las paradojas del comunismo cubano es que entrega un pue-
blo tan o más católico que el que recibió hace cuarenta años». No se
precisa en cuáles datos, en cuáles cifras se apoya el autor para formu-
lar esa taxativa afirmación. Si Rojas hubiera escrito «un pueblo tan o
más creyente que el que recibió hace cuarenta años», ello sería atendi-
ble, porque también podría significar «un pueblo tan poco o menos
católico que el que recibió hace cuarenta años». Ello, claro, si enten-
demos por militancia católica la sujeción de sus adeptos a la Iglesia de
Silaverdadera militancia enla Iglesiacatólica noexiste,Ro-
jas convendrá en que no hay entonces «catolicidad» en el cubano ac-
tual, sino las difusas creencias que se escapan de las estrictas normas
dictadas por una Iglesia concreta. Se trata, entonces, de una «religiosi-
Tampoco sé, si aun reformulada en esos términos, sea cierta
esa aseveración, pero tampoco me interesa discutirla, porque su cer-
teza no es asunto de puntos de vista sino de estadísticas, que ni él ni yo
manejamos. Pero Rojas incluye una apreciación que sí me parece muy
Escribe él sobre las «resonancias católicas» que persisten
en las que llama las «élites» del pensamiento revolucionario en Cuba.
bros de esas élites han compartido un imaginario de fuerte resonancia
católica». Y continúa: «Los intelectuales y políticos cubanos desde
Félix Varela hasta Cintio Vitier y desde José Martí hasta Fidel Castro,
Me parece muy interesante esta apreciación de Rojas. Pero
habría que decir que esas «resonancias» son, más que «católicas»,
«cristianas» en un sentido más amplio y a la vez, aunque parezca para-
dójico, más preciso.
alcance y con una historia que está cumpliendo los veinte siglos. Se
trata de una religión despojada de características que la circunscriban
como para arraigarse en Europa, enAmérica, enAsia y en África. Es
vida trascendente, más allá de la muerte:
esta vida es el camino
para la otra, que es morada
había escrito Jorge Manrique en el siglo XV, poniendo en versos una
Roma perpetuaban en la vida ultraterrena la separación en clases so-
para nada extraño que fuera una religión practicada por los pobres e
incluso por los esclavos. Se ha dicho que el término redemptio, que
no la capacidad de unificar espiritualmente la heterogeneidad de los
diversos pueblos reunidos en su vasto territorio, y pasó a ser la reli-
perseguido por él. En el mundo medieval llegó a ser poder secular, y
desafiaba el dominio de reyes y emperadores. Ha sabido transformar-
seensulargahistoria,incluso disgregándosea la alturadelsiglo XVIen
las múltiples iglesias evangélicas y en la ortodoxa. Pese a la existencia
de sangrientas guerras de religión, el cristianismo ha sobrevivido a va-
rios regímenes sociales y ha permitido diversas y aun antagónicas lec-
turas de sus valores.Afirma Rojas:
La tradición más fuerte de la cultura política cubana,
de a convertirse, de hecho, en una ética sacrificial, en
mo el mambí del siglo XIX que el revolucionario del
se sacrifica por un credo: el credo saturnino de la pa-
No estoy seguro de la existencia de ese culto a la república
que Rojas le atribuye tanto al mambí como al revolucionario del sigloXX. Más que el culto a una forma institucional determinada, la republi-
cana, que en Cuba sufrió el enorme descrédito de la maltrecha repúbli-
ca surgida bajo el tutelaje norteamericano y que transcurrió de 1902 a
1958, el cubano ha exhibido siempre el culto por la patria y su inde-
pendencia y a lo que Martí llamó «la dignidad plena del hombre».
ras» de su credo que incluyen, por ejemplo, al Cristo como filósofo
y Margarita y hasta al hippie de Jesucristo Superstar. Entre esas
de desafiar el poder establecido y morir por la causa en la que cree,
que Fidel Castro ha invocado numerosas veces.
Esa resonancia cristiana está innegablemente en la cultura
política cubana y ha servido para reforzar con su arraigo místico, la
idea central del himno de la nación, que ya la asume: morir por la
patria es vivir. Pero adviértase también que esa moral de claras reso-
nancias místicas está concebida para y dirigida a un desempeño terre-
nal. Es una sublimación de las tareas que la historia le ha impuesto al
cubano. De ahí la exigencia de sacrificio en la vida que el cubano
liderazgo, como he escrito antes.
Las resonancias cristianas son parte esencial de la cultura
cubana pero, como el cubano rehúye las perspectivas apocalípticas y
El carácter ecléctico, mestizo, impuro de la cultura cubana
imparte su especial sello a nuestra religiosidad. Como dijeraAlejo
Carpentier en su ensayo La ciudad de las columnas, valorando el
estilo arquitectónico de La Habana, hay en ese eclecticismo, en esa
esencial impureza de la cultura cubana, una unidad «otra», una suerte
de pureza de lo impuro.
Tal impureza, a mi modo de ver, conecta especialmente con
las peculiaridades de las religiones de origen africano arraigadas en la
Isla, en las cuales la absoluta escisión, la delimitación de lo bueno y lo
malo propias del monoteísmo judeo-cristiano no existen, y las deida-
des son capaces, atendiendo a sus diversos «caminos» o avatares, de
hacer lo mismo el bien que el mal.
Ochún, la orisha cubana por excelencia (recuérdese que ya
no es negra sino mulata y se sincretiza con la virgen de la Caridad,
patrona de Cuba), puede ser, entre otras muchas más, la dispendiosa y
fiestera Ochún Yeyé Kari o Yeyé Moro, alegre, coqueta, «ligera de
cascos», como también Ochún Yumú u Ochún Gumí, que teje mantas
y es ajena a las diversiones; Ochún Olodi, casera y señora de respeto;
Ochún Funké, con grandes conocimientos y capacidades para
trasmitirlos; u Ochún Edé, amante de la música y las fiestas, pero gran
señora y juiciosa.
En La isla que se repite, su notable ensayo sobre la cultura
del Caribe,AntonioBenítez Rojoseñala lasresonancias religiosas que
relacionan la política en estas islas con las diversas prácticas religiosas
sincréticas registradas en la formación de sus culturas.
En lo que respecta a Cuba, Benítez alude, entre otras, a las
referencias de Tad Szulc en su conocida biografía de Fidel Castro
(Fidel, a Critical Portrait), en torno al momento de la entrada de
Fidel en La Habana, cuando pronuncia el primer discurso en la capital
después de la victoria, el 8 de enero de 1959. Escribe el periodista
norteamericano, al que cito en la traducción de Benítez:
Cuando terminaba de hablar, las luces que le bañaban
iluminaron un par de palomas blancas que de repente
se habían posado en su hombro. Este asombroso
simbolismo arrancó una explosión de «¡FIDEL!.,
¡FIDEL!., ¡FIDEL!», mientras la noche era acaricia-
da por los primeros clarores del alba. Los cubanos
son gentes que poseen poderosas supersticiones reli-
giosas y espiritistas, tan antiguas como las tradiciones
afrocubanas del tiempo de la esclavitud, y aquella no-
che de enero confirmó su fe: la paloma, en los mitos
cubanos representa vida, y ahora Fidel tenía su pro-
tección.Y en adelante había de ocurrir que cada vez
que Fidel se dirigiera al pueblo, éste recordaría las pa-
lomas posadas en su hombro. La deificación de Fidel
Castro en los días que siguieron a su victoria alcanzó a
ser un fenómeno generalizado en Cuba, tan profunda-
mente había tocado los corazones y las almas del pue-
Pero además de significar vida, la paloma blanca está
ligada a Obatalá (Nuestra Señora de la Mercedes en
cubano, de manera análoga a Júpiter, es el padre de
numerosas deidades.
Otros han aludido al hecho de que el rojo y el negro, los
colores de Elegguá, el orisha que abre los caminos y sin el cual no
puede llevarse adelante ninguna empresa, son los de la bandera del
yoruba-cubana (amiga y protectora de la mulata Ochún) la identifica
con el santo niño deAtocha, al que se consagra el día 1º de enero, la
puerta del año, fecha del triunfo de la Revolución Cubana.
Por supuesto que, al margen de explicaciones esotéricas, hay
otras fundadas en el conocimiento histórico, sociológico, sicológico y
Pero no es menos cierto que hay formas de conocer que no
resultan integrables en lo que regularmente llamamos el conocimiento
científico o teórico, fundado en la experimentación, su conceptuali-
zación y, eventualmente, la formulación de las leyes que rigen los
Especialmente en el Caribe (y claro, en Cuba) el peso de lo
lo consigna, lo mismo hace desde una perspectiva revolucionaria Joel
James Figarola, en un artículo aparecido en La Gaceta de Cuba. Es-
La Santería, el Palo Monte, elVodú y el Espiritismo de
Cordón son productos genuinos nuestros, legítimas
creaciones de nuestra historia, exponentes primordia-
les de nuestra cultura de resistencia y liberación, ex-
presiones de la espiritualidad del pueblo cubano sin las
el pueblo cubano, precisamente, dejaría de
ser pueblo cubano.
Aunque estas formas religiosas se asientan en los sectores
más populares del pueblo de Cuba (protagonistas esenciales de la
Revolución), lo propio de las entidades culturales que merezcan tal
nombre es irradiar sus valores a todo el ámbito de una sensibilidad
nacional –como ocurre con los del cristianismo–, aunque la perso-
na que los incorpore no los concientice como provenientes de una
religiosidad determinada e incluso no practicada.
En cualquier caso, esos valores junto a una perspectiva
católica heterodoxa, son componentes esenciales, no ya de la reli-
giosidad existente del cubano (aunque no podamos precisar en qué
en alguna medida, de una gnoseología presentes en nuestra per-
cepción y valoración del mundo.
La religiosidad cubana está esencialmente marcada por su
impureza, por su contaminación con otras creencias, por su pro-
miscuidad, que la convierte en una heterodoxia. El pueblo cubano
nunca se ha sentido parte de una Iglesia que nunca fue suya y sabe
vinculada a impuros intereses seculares.
Por su propia constitución como pueblo, el de Cuba es
ajeno a las ortodoxias y los fundamentalismos excluyentes, y a todo
lo que se presente como una férrea disciplina o el dogma de las
Papa, dónde tienes tú escrita la credencial que te da derecho a un
Lezama Lima quería decir cuando afirmaba, metaforizando: en el
trópico todo se derrite.
En ese rechazo de los dogmas, de las concepciones de-
masiado puras y por ello excluyentes de otras, está una de las cla-
ves esenciales de su existencia. La cubana es una religiosidad in-
tensamente conectada con la vida y la historia del hombre de este
Source: http://epoca2.lajiribilla.cu/pdf/camino/camino3.pdf
RALEIGH DISABILITY DETERMINATION SERVICES PSYCHOLOGICAL EVALUATION CLAIMANT: DOE, JONATHAN CLAIMANT#: 156332 DATE SEEN: 10/12/2010 EXAMINER: Dr. Ken Smith 100 Main Street Cary, North Carolina 27518 ADJUDICATOR: CLARK MILLER ARRIVAL INFORMATION:The claimant arrived early for his scheduled appointment at 10:00 AM on Tuesday, October 12, 2010.Jonathan arrived for the appointment by bus. The claimant does not have a driver's license. Jonathanshowed the examiner his North Carolina photo I.D. card. He stated he has never had a driver license inthe past. Jonathan's group home manager was supposed to accompany the claimant on his bus trip tothe office, but a last minute scheduling change forced Jonathan to get on the bus alone today. Given theclaimant's poor performance and unstable presentation during the interview, the examiner accompaniedthe claimant out of the office at the end of the session. Assistance was provided in crossing the streetand helping the claimant get on the city bus. The bus driver was alerted that this man may needassistance in getting off at his destination. The claimant was unable to provide an estimate of travel toreach the office today. The claimant was given total assistance by office staff in completing thecomputerized intake process. Jonathan stated that he does not know how to use computers. Althoughhe has access to a computer in the group home where he resides, he has never used the system.
Affect and Financial Decision-Making: How Neuroscience Can Inform Market Participants QUERY SHEET Q1: Au: Please add Reference (from page 10 The Journal of Behavioral Finance 2007, Vol. 8, No. 2, 1–9 The Institute of Behavioral Finance Affect and Financial Decision-Making: How Neuroscience Can Inform Market Participants