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en el contexto de la etología y la antropología*
Aggressiveness in the ethology and anthropology
A agressão no contexto da etologia e a antropologia*
Juan Alejandro Brando** • Argentina
Recibido el 12 de septiembre de 2012, aceptado el 24 de enero 2013
** Este trabajo es parte de la investigación conducente al doctorado en filosofía por la Universidad
Nacional de Lanús, la cual fue parcialmente financiada por una beca de postgrado tipo II del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina. La citada investigación pretende
evaluar críticamente las averiguaciones de la etología, o ciencia del comportamiento animal, con
respecto a los orígenes de la agresividad, en cuanto pretenden ser referidos a la elucidación de la
agresión humana.
* Profesor en filosofía por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Correo electrónico:
Brando, Juan Alejandro (2013). La agresión en el contexto de la etología y la antropología.
Ánfora 20 (34), 163-184. Universidad Autónoma de Manizales. ISSN 0121-6538.
Objetivo: caracterizar las posiciones de la etología humana en la versión de Eibl-
Ebesfeld y confrontarla con algunas premisas de la antropología cultural, en lo
concerniente al pensamiento sobre la agresión, enfatizando los puntos en común
que puedan reconocerse en ambas perspectivas Metodología: consiste en evaluar
un intento de explicación del fenómeno de la agresividad humana, conceptuali-
zada a partir de criterios funcionales. En principio, se trata de reconstruir los ar-
gumentos de la etología humana, para después, contrastarlos con los esgrimidos
por cierta tendencia predominante en la antropología cultural. Resultados: hay,
en general, dos posiciones antropológicas discrepantes: una que considera a la
especie humana determinada mayormente por la evolución biológica, y otra que
considera al hombre influido principalmente por su adaptación al ambiente. No
obstante, pueden encontrarse puntos de comunión entre la perspectiva innatista
y la culturalista, que servirían de apoyo a una caracterización comprehensiva de
la agresión. Conclusiones: es insoslayable, a la hora de pensar en los posibles orí-
genes de la agresión humana, la aceptación de las implicaciones del aprendizaje
social. Es evidente una "saturación" de ciertos conceptos comunes a las dos
posturas, lo que demuestra que ambas caracterizaciones de la agresión están más
próximas teóricamente de lo que podía suponerse prima facie.
Palabras claves: agresión, etología, antropología, moralidad
Objective: to characterize the human ethology from Eibl-Eibesfeld's perspecti-
ve and to contrast it with some premises of cultural anthropology, in regard
to aggressiveness, by emphasizing the aspects common to both perspectives.
Methodolog y: it consists of evaluating an attempt to explain the phenomenon of
human aggressiveness that is conceptualized from some functional criteria.
Firstly, some arguments of human ethology are established and then, they are
compared to the ones used by the dominant tendency in cultural anthropology.
Results: there are two dissenting anthropological perspectives: one considers the
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human species are largely determined by biological evolution, and the other one
considers the mankind is mainly influenced by his adaptation to the environ-
ment. However, both perspectives have common aspects between the innatist
and cultural perspectives. These would lead to a comprehensive characterization
of aggressiveness. Conclusions: When thinking of the possible causes of aggres-
siveness, it is necessary to consider the acceptance of the implications of social
learning. There is a clear "saturation" of certain concepts common to both pers-
pectives, which shows that both characterizations of aggressiveness are theore-
tically closer than it was assumed prima facie.
Keywords: aggressiveness, ethology, enthropology, morality.
Objetivo: caracterizar as posições da etologia humana na versão de Eibl-Ebesfeld
e confrontar lá com algumas premissas da antropologia cultural, no concernente
ao pensamento sobre a agressão, enfatizando os pontos em comum que podem
reconhecer se em ambas as perspectivas. Metodologia: Consiste em avaliar um
tento de explicação do fenômeno da agressividade humana, conceitualização
a partir de critérios funcionais. Em principio, trata se de reconstruir os argu-
mentos da etologia humana, para depois, contrastá-los com os esgrimidos por
certa tendência predominante na antropologia cultural. Resultados: Há, em geral,
duas posições antropológicas discrepantes: uma que considera a espécie huma-
na determinada, maiormente pela evolução biológica, e outra que considera ao
homem influído principalmente pela sua adaptação ao ambiente. Não obstante,
podem encontrar se pontos de comunhão entre a perspectiva inatista e o cul-
turalismo, que serviram de apoio a uma caracterização compreensiva da agres-
são. Conclusões: é inescapável, à hora de pensar nos possíveis origens da agressão
humana, a aceitação das implicações da aprendizagem social. É evidente uma
"saturação" de certos conceitos comunes às duas posturas, o que demonstra que
ambas as caracterizações da agressão estão mais próximas teoricamente do que
podia supor se prima facie. Palavras chaves: agressão, etologia, antropologia, moralidade.
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En las disciplinas que tienen pertinencia en los estudios sobre la agresión,
suele admitirse que la naturaleza humana posee un principio natural de agre-
sividad que le es inherente. Este convencimiento se ha nutrido de numerosas
e interesantes investigaciones de la sociología de los animales superiores, que
aspiran a esclarecer algunos aspectos de la conducta humana.
La aparición del importante libro de Konrad Lorenz Sobre la agresión: el
pretendido mal (Lorenz, 1971) despertó un singular interés al introducir, en
los debates acerca de la agresión y la violencia, las hipótesis y conclusiones de
las ciencias del comportamiento animal. Lorenz ha resaltado la utilidad de la
agresión para la vida intraespecífica de los animales, puesto que favorece el es-
paciamiento territorial y el establecimiento de relaciones de jerarquía que dismi-
nuyen la frecuencia y la virulencia de los combates entre congéneres. Además ha
descubierto los interesantes fenómenos de ceremonias "ritualizadas" de apaci-
guamiento en algunas especies. Su prédica de que el hombre debe reconocer su
trasfondo animal para evitar las consecuencias funestas de su propensión innata
a la agresión ha recibido el asenso de sus seguidores y de una parte de la opinión
pública, pero también acerbas críticas de estudiosos de los problemas de la agre-
sividad humana como el antropólogo Ashley Montagu (1981).
Algunos antropólogos no dudan de que buena parte del comportamiento
social humano tiene una "base" biológica, pero no están por eso dispuestos
a admitir que esté determinado por ella. La corriente antropológico-cultu-
ralista, con frecuencia, reclama atención al hecho, a su entender palmario,
de que el género humano ocupa una posición nueva en lo atingente a la
adaptación, como consecuencia de ciertos aspectos excepcionales en la his-
toria de su evolución. Por consiguiente, sería precipitado decir que algunos
rasgos universales en la especie humana (sobre todo en lo que concierne a
la conducta social) obedezcan a una determinación natural, puesto que bien
podrían deberse a las influencias ambientales o culturales. Los antropólogos
aceptan que el hombre posee una amplia gama de potencialidades de base
natural, pero confían en que estas potencialidades son íntegramente malea-
bles por la influencia de la cultura. Lejos de decir que el cerebro humano
fuese como una "tabla rasa" pasivamente receptora del aprendizaje, se subra-
ya en cambio la excepcionalidad del cerebro humano que en lugar de estar
confinado a producir un comportamiento biológicamente predeterminado,
166 da lugar a un comportamiento voluntario.
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Escritores como Ashley Montagu (1969, 1971) han alertado sobre los peligros
que están implicados en la difusión de la postura agesionista-innatista; no tanto
debidos a la actitud de algunos de sus founding fathers, sino a la de algunos de
sus seguidores que podrían llegar a convertir estas teorías en una doctrina. Todo
esto porque se teme, efectivamente, que la prelatura de la etología respecto a las
cuestiones de la naturaleza humana haga que algunos tergiversen su sentido y
echen a rodar argumentos de tipo racista. Por otra parte, la difusión alterada de
la etología puede reforzar las concepciones del hombre como "guerrero natu-
ral" y estimular los argumentos fatalistas hacia sus posibilidades de cambio so-
cial y abrogación de la violencia. Montagu ha advertido sobre los razonamientos
analógicos, las extrapolaciones, las inferencias no probatorias y los prejuicios
que, según dice, pueden advertirse en la doctrina etológica cuando quiere aplicar
a los seres humanos las averiguaciones acerca del comportamiento animal1.
A veces se critica a la etología su incapacidad para enunciar y definir las
relaciones entre la llamada "base biológica" del hombre y su capacidad para la
cultura. Esta crítica pone en suspenso el potencial impacto que las disciplinas
etológicas podrían tener sobre el método de las ciencias sociales. Los interro-
gantes que se dirigen a la etología tienen que ver con cuáles sean las relaciones
precisas entre los aspectos biológicos y culturales de la naturaleza humana.
En la etología humana, como en otros distritos del saber, no se ofrecen prue-
bas concluyentes para las teorías, lo que hace que estas sean constantemente
falsables. Lo mismo ocurre en el caso de la antropología cultural, cuyas afir-
maciones son siempre revisadas. En algunos casos, como en la descripción de
los orígenes biosociales del hombre, la antropología se permite unos amplios
márgenes de especulación, pero también se refiere a numerosos hallazgos empí-
ricos. Hay que decir que orienta este trabajo una preocupación concerniente a la
averiguación de las posibles causas de la agresividad humana, asunto del que se
1 Ashley Montagu formula algunas preguntas sobre las averiguaciones de Konrad Lorenz en lo atinente
al instinto y la agresión. En primer lugar, ¿Hasta qué punto es válida, y como puede justificarse, la
tesis de que existe un instinto de agresión entre los animales inferiores?, y ¿Cómo pueden referirse
los alcances de esa tesis a la conducta de los seres humanos? En opinión de Montagu, no sólo no
son concluyentes los argumentos que se alegan a favor de la primera tesis, sino que, en el caso en
que aquella fuese cierta, no está satisfactoriamente explicado cómo podría responderse a la segunda
pregunta. Véase asimismo la opinión de Montagu respecto a las afirmaciones del agresionismo:
"Tanto la determinación genética de la agresión como su practica prehistórica se han exagerado
mucho…los seres humanos han vivido más altruística y pacíficamente durante la mayor parte de su
historia evolutiva de lo que esos escritores pretenden hacernos creer." (Montagu, 1981, p.19).
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ocupan varias disciplinas con un legítimo corpus de conocimientos. Lo que con-
duce a la presente tematización surge del interés por estudiar las teorizaciones
existentes sobre los orígenes de la agresión humana, en relación con su posible
trasfondo animal, y la reflexión sobre el umbral entre la animalidad y la forma-
ción cultural. Esto, de alguna forma, aparece articulado con el debate entre las
teorías del "instinto" y las que ponen el énfasis en el condicionamiento.
En el "planteamiento del problema" que formula Irenaus Eibl-Eibesfeld al
comienzo de su obra Guerra y paz: una visión de la etología (1987) ensaya una
defensa de la postura de Konrad Lorenz. Las tesis expuestas por Lorenz en So-
bre la agresión; el pretendido mal habrían sufrido, aparentemente, el ataque de
briosos detractores. Erich Fromm, por ejemplo, había apuntado que no había
"nada más agradable para las personas…asustadizas e incapaces de modificar el
curso de las cosas que lleva a la destrucción, que la teoría de Lorenz, que afirma
que la violencia emana de nuestra naturaleza animal y nace de una pulsión irre-
frenable hacia la agresión" (citado por Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 3).
Eibl-Eibesfeld puntualiza, en primer lugar, que no es atinado decir que Lorenz
creyese en una "pulsión irrefrenable" hacia la agresión y que su actitud intelectual
apuntaba, no a aceptar el fenómeno de la agresión como algo ineluctable y meta-
físico, sino a investigar sus causas a partir de una visión "científico-natural". Dice
además que Lorenz se ha despegado siempre de las reducciones del hombre a "puro
animal". Lorenz (1971) afirmaba, en efecto, que no había nadie más capacitado para
comprender la originalidad de los actos humanos que aquel que los veía surgir de su
"trasfondo" –común con los animales superiores– de pautas de actuación y recono-
cía que el hombre había recibido la capacidad intelectual, el lenguaje y la reflexión
moral como capacidades que modificaban sustancialmente su conducta.
Eibl-Eibesfeld (1987) considera al hombre como un ser natural rápidamente
adaptable a los cambios en las condiciones vitales: "gracias a la ayuda de distintas
adaptaciones culturales, el hombre ha desarrol ado estrategias de supervivencia den-
tro de los espacios vitales más diversos, que a su vez implican también adaptaciones
a la conducta social" (p. 4). A pesar del énfasis de Lorenz en la originalidad de la
conducta ritualizada culturalmente, la condición de "ser cultural" del ser humano no
debe l evar al error de subvalorar el papel de lo innato. Eibl-Eibesfeld se plantea, en
sentido amplio, la pregunta acerca de si los factores hereditarios determinan la agre-
sividad animal y humana y de hacerlo, en qué forma. Será de provecho examinar,
en primera instancia, sus aclaraciones acerca de los fundamentos de la etología, para
168 avanzar en lo que atañe al estudio de la agresividad.
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Según Eibl-Eibesfeld los malentendidos acerca de la etología humana se ba-
san en una comprensión insuficiente de los conceptos de instinto, herencia y
adaptación; y la referencia a extrapolaciones abusivas del animal al hombre de-
nota una falta de familiaridad con los métodos de la biología comparada. La eto-
logía tiene la finalidad de investigar los fundamentos causales de una conducta,
es decir, el preguntar por qué un ser vivo se comporta de una manera concreta,
lo que involucra los mecanismos fisiológicos, los estímulos desencadenadores, la
evolución y el valor de selección de aquella conducta. El estudiar el comporta-
miento humano desde la perspectiva etológica conlleva una "óptica funcional,
filogenético y evolutiva" y "fisiológico-causal".
Se supone que el hombre está provisto de coordinaciones hereditarias y dis-
posiciones innatas para el aprendizaje. Estas disposiciones alcanzan a estructu-
rar, admite Eibl-Eibesfeld, las formaciones culturales, ya que "la investigación
comparada de rituales en distintas culturas demuestra…que, pese a la enorme
variabilidad del fenotipo externo, en el fondo subyace una disposición estructu-
ral básicamente idéntica" y existen "leyes funcionales aplicables a la estructura-
ción de rituales filogenéticos y culturales, ya que en el terreno creativo actúan los
mismos impulsos de selección" (1987, p. 10).
En lo que concierne al comportamiento del hombre, se supone que hay ges-
tos expresivos que pueden tomarse como "coordinaciones hereditarias", además
de reaccionar a estímulos que tienden a la conservación de la especie sin que
sucedan al adiestramiento. El papel de lo innato en el comportamiento humano
aparece, no obstante, frecuentemente subvalorado. Se argumenta que lo residuos
de comportamiento determinado filogenéticamente son rudimentarios y escasa-
mente adaptativos. Eibl-Eibesfeld (1987) considera injusta semejante subvalo-
ración y resalta, por ejemplo, el carácter pre-programado de la mímica humana.
La misma plasticidad de la conducta humana estaría definida por una "super-
posición" de conductas innatas que varían en cuanto a su intensidad. Una ex-
presión particular puede resultar de la combinación de movimientos antitéticos
que son pautas conductuales innatas. De modo que nuestro comportamiento
social estaría, en el fondo, determinado por adaptaciones filogenéticas: "Existen
estrategias elementales de interacción, observables en todas las culturas. Sólo
existe un número limitado de posibilidades para conseguir ofrecer a los otros las
facetas positivas de nuestra personalidad, para entablar un contacto amistoso,
para bloquear una agresión, para desafiar o apaciguar a un compañero" (p. 19).
Las formas de presentación, en las diversas culturas ostentan rasgos de agre-
sividad como de apaciguamiento, que son intercambiables por otros de igual 169
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signo en tanto "equivalentes funcionales". Así, resulta que un sistema universal
de normas ejerce el control de las interacciones sociales; es algo parecido a una
"gramática universal" de la conducta.
Para Eibl-Eibesfeld, son falsas las críticas a los métodos de Lorenz formu-
ladas por autores como Schmidt-Mumendey y Hollitscher. Si las críticas se re-
fieren a las "analogías" entre el comportamiento animal y la sicología humana,
Eibl-Eibesfeld subraya la importancia de la investigación analógica a la hora de
obtener información sobre leyes funcionales. Por lo tanto, su interés reside en
estudiar las determinaciones filogenéticas de la conducta humana, comparando
tanto el comportamiento del animal con el del hombre, como el carácter de las
diversas culturas humanas. Para Eibl-Eibesfeld, "el ser humano prosigue la
evolución biológica con la cultural. Las regularidades funcionales, conforme a
las cuales desarrolla las adaptaciones culturales, son, por lo general…idénticas
en la evolución biológica y la cultural" (p. 22).
La llamada "etología humana" es criticada porque se piensa que la adapta-
ción convergente, en el caso de hombres y animales, se debe a causas diferentes:
respectivamente la evolución cultural y la biológica. Luego, todo su fundamento
reside en la homología. De todas formas Eibl-Eibesfeld observa que la investiga-
ción de las homologías ofrece información sobre la herencia común a un grupo
y de esa forma indica de que potencial se dispone. Además, permite reconstruir
series evolutivas filogenéticas.
Mientras que durante cierto tiempo imperó la idea de que la conducta huma-
na era modelada por la cultura, a partir de las investigaciones de Lorenz comen-
zaron a escudriñarse los.
"determinantes filogenéticos de la conducta humana". La investigación eto-
lógica no implica desconocer las profundas diferencias entre el hombre y los
otros mamíferos. Al contrario, el más detenido escrutinio de la conducta
animal resalta los aspectos singulares de la conducta humana: "El hombre
se caracteriza por el lenguaje y la cultura acumulativa, rasgos de los que ape-
nas existen escasos balbuceos en nuestros parientes más próximos" (Eibl-
Eibesfeld, 1987, p. 24).
De hecho, entre todas las especies animales, la humana se destaca por
acogerse al principio de evolución cultural, que le permite transmitir conoci-
mientos a través de las generaciones. Este "mecanismo" posibilita al hombre
adaptarse más rápido a condiciones vitales diversas. Los procesos de endocul-
170 turación (o seudoespeciación) aseguran la supervivencia de los grupos. En la
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transmisión de los valores culturales, es preciso que haya fuerzas que tiendan
tanto a la conservación como al progreso. Una ruptura abrupta con la tradi-
ción pondría en peligro la futura existencia de la cultura, y conversamente, las
culturas conservadoras en exceso se arriesgan a sucumbir al rivalizar con otras
culturas. Puede que los elementos conservadores tengan que ver con "expe-
riencias tradicionales eficaces" con las que no se quiere romper y que brindan
una sensación de seguridad.
Para Eibl-Eibesfeld, "los paralelismos entre los rituales culturales y filogené-
ticos son sorprendentes: Funcionan como señales de comunicación, y en prin-
cipio se basan siempre en los mismos requisitos. Una señal tiene que ser lo más
sencilla y al mismo tiempo lo más unívoca posible" (p. 28). En los hombres,
como en los mamíferos superiores, tales señales desencadenan reacciones de
amistad como de repulsa. Hay, por ejemplo, señales amistosas basadas en actos
de alimentación o en apelaciones infantiles al cuidado. En la cultura se obser-
van, asimismo, rituales de salutación o regalo que se consideran tributarias de
formas de comportamiento de los mamíferos. Otro tanto puede advertirse en
los rituales de canto y baile que sirven para robustecer los vínculos de grupo y
los de instigación y sumisión.
Entre las varias definiciones de agresión que se han formulado, todas atendi-
bles, se destaca la observación de que la intencionalidad es un rasgo primordial
de la agresión humana. Sin embargo, la amenaza y la instigación como expre-
siones integradas a la conducta agresiva constituyen acciones de ataque rituali-
zadas. La coincidencia en la fluctuación de los valores umbral es una prueba de
que la agresión y la amenaza responden a un sistema fisiológico común, por lo
que sería injustificado considerar como conducta agresiva sólo al enfrentamien-
to físico. Eibl-Eibesfeld incluye en el comportamiento agresivo conductas que
tienen como consecuencia el espaciamiento territorial o la dominación, como
ser amenazas y ceremoniales que no requieren el contacto físico. Por otra parte,
el distingo entre agresión afectiva y agresión de captura, o bien entre agresión
interespecífica e intraespecífica, es de la mayor importancia.
Muchas veces se han querido trazar relaciones entre la agresividad y la ini-
ciativa, sin embargo, no ha podido probarse, dice Eibl-Eibesfeld, que a una
mayor agresividad acompañen índices superiores de rendimiento de algún tipo,
aunque pueda pensarse que, en cuanto a la personalidad global, "las personas
potencialmente más agresivas en general evidencian también más capacidad de
iniciativa" (p. 39).
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Los animales que intervienen en luchas intraespecíficas no procuran, por lo
general, la aniquilación del congénere: muchos mamíferos disponen de meca-
nismos de disminución de la agresividad hacia miembros de su especie, y otros,
hacia los de su grupo, puesto que controlan la agresividad frente a los miembros
de su propio grupo, pero carecen de inhibiciones frente a congéneres ajenos al
grupo En este caso, dice Eibl-Eibesfeld, se dan condiciones que se comparan
con los procesos de "seudoespeciación" en el hombre. Hay animales que dispo-
nen de "armas" peligrosas, pero luchan con sus congéneres en "torneos" en los
cuales no las emplean para dañar al adversario. La existencia de tales torneos y
reacciones de sumisión deja inferir que hay algún tipo de ventaja en evitar que
los animales de la misma especie se maten entre sí. De modo que puede haber
una presión de selección en la evolución de los rituales de amenaza y las reglas
de una lucha limitada.
Eibl-Eibesfeld habla seguidamente de las adaptaciones filogenéticas y su re-
lación con el comportamiento agresivo. En su opinión, no es apropiado pregun-
tarse acerca de si la agresión es "innata" o "adquirida" puesto que en la forma-
ción de conductas complejas intervienen la herencia y el medio. En cambio, las
preguntas de rigor serían: "¿Existen las adaptaciones como coordinaciones here-
ditarias, estímulos y mecanismos desencadenantes?" y "¿Qué papel desempeña
la experiencia individual en la integración de los componentes innatos diversos
en un todo funcional?" (p. 51). Eibl-Eibesfeld, apoyándose en Freeman, acepta
que "la aportación de la herencia y del medio ambiente es, desde luego, investi-
gable" (p. 51). Este autor sostiene que
El concepto de instinto de agresión ha sido objeto de incesantes polémi-
cas a lo largo de los últimos años, y siempre se ha aducido, a menudo por
motivos claramente ideológicos, aunque también por otras consideraciones,
que la agresión es por naturaleza puramente reactiva. Wickler, por ejemplo,
manifiesta que, a pesar de que la agresión reporta algunas ventajas para el
individuo animal, ‘le perjudicaría sentir espontáneamente la apetencia de
lucha tras un largo período sin perturbación alguna y marchar a molestar a
otros' (Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 61).
Eibl-Eibesfeld mantiene que la agresividad en el hombre es una "vieja heren-
cia de los primates", aún cuando reconoce que esta posición ha recibido fuertes
impugnaciones. Según dice: "los defensores a ultranza del ambientalismo afir-
man que la agresividad humana es única y exclusivamente un resultado de las
condiciones sociales" (p. 85). Sobre tal expediente, Eibl-Eibesfeld no tarda en
172 emitir su opinión: "yo no pongo en duda la extraordinaria importancia de las
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condiciones sociales en orden a la formación del hombre, sobre todo en lo rela-
tivo a su actitud frente a la agresión, pero las teorías que conceden escasa rele-
vancia a la herencia como factor determinante me parecen limitadas y parciales"
(p. 85). Aduce asimismo que la renuencia común a aceptar la determinación
biológica se basa en un injustificado miedo al fatalismo.
La amplia variedad de formas de agresión intragrupal tiene un elemento co-
mún, cual es la presión ejercida sobre un congénere para provocar su expulsión
o su sometimiento a la autoridad o las normas grupales. Una de esas formas se
relaciona con los hábitos locativos, ocupación de lugares espaciales, distancia
frente a los congéneres y restricción del contacto corporal, vinculadas con la
formación de un sistema seguro y estable de relaciones. La lucha por los objetos,
evidente en los niños de corta edad, permite observar fenómenos de agresión
y de inhibición, probablemente innatos, así como las tendencias a la rivalidad y
la cooperación. Hay formas de ataque que desencadenan comportamientos de
ayuda. Al decir de Eibl-Eibesfeld, "hay algo reflejo, irreflexivo, en esta entrada
en acción espontánea a favor de personas cercanas a nosotros, que invita a rei-
vindicar pautas de comportamiento innatas." (p. 91).
La agresión puede tener finalidades exploratorias, de acuerdo con las cuales el
agente "tantea" las posibilidades que tiene de que se vean satisfechas sus deman-
das. La concesión de las exigencias presentadas frecuentemente no aplaca la agre-
sión, sino que predispone al agresor a medir de nuevo sus fuerzas. A pesar de sus
dificultades, ese tipo de agresión es un factor de movilización del avance cultural.
La agresión de tipo "moralista", por otra parte, surge para defenderse de los que
quieren aprovecharse aviesamente de un sistema de relaciones altruistas: las for-
mas de impartir conductas esperadas se refleja también en la agresión pedagógica,
que incluye frecuentemente el castigo. Esto tiene relación con los tipos de agresión
punitiva contra los que se apartan de la norma social, y cuyo comportamiento deja
de ser previsible. Eibl-Eibesfeld piensa que "dado que entre los chimpancés se han
observado comportamientos análogos…hay que concluir que se trata de una vieja
herencia" (p. 98). La actitud de hostilidad ante lo diferente acontece de acuerdo
con pautas universales, reflejadas, por ejemplo, en la burla y la risa, ya que en el
reino animal, a partir de una reorientación de comportamientos de amenaza han
surgido por analogía funcional ceremonias amistosas de salutación. La risa, luego,
podría obrar como un mecanismo de alivio de la tensión.
El hombre está predispuesto a encuadrarse en un sistema jerárquico y a imi-
tar las acciones de quienes tienen jerarquía más elevada. La disposición a doble- 173
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garse evita las constantes luchas por la supremacía. Eibl-Eibesfeld advierte que
en el curso de evolución "del mono al hombre" (sic) no es posible que el hombre
se haya despojado de los imperativos funcionales que lo mueven a aceptar la
jerarquía, por lo tanto, no se comprende como lo innato puede haber sido susti-
tuido completamente por la adaptación cultural. Habría, luego, una disposición
innata a la obediencia.
Respecto a la lucha ritualizada, se dice que la invención de implementos que
pueden servir como armas ha convertido al hombre en un "asesino pasional"
en la medida en que es capaz de matar a un congénere impulsivamente. Eibl-
Eibesfeld afirma que "como adaptación cultural a esta capacidad, el hombre ha
inventado reglas para utilizar las armas, sobre todo por lo que se refiere a los
duelos entre hombres. Así, las armas se usan de manera que la probabilidad de
matar al contrincante sea mínima" (p. 104). Para que los controles culturales
tengan vigencia, es preciso que los agentes comprendan las reglas y estén vincu-
lados entre sí: tales controles fallan cuando los grupos humanos erigen "barreras
En el caso de la agresión verbalizada, puede afirmarse que hay insultos que
trascienden las diversas culturas. Existen, incluso, formas estereotipadas de
enunciación que pueden incitar a la agresión o inhibirla. El lenguaje, luego, ha-
bría evolucionado como forma de ritualización de la lucha. Hay, además, cultu-
ras que emplean para esos fines el canto satírico.
Otras formas de conjurar la agresión son las conductas de salutación y las fes-
tividades. Mientras el saludo coadyuva a "lubricar el engranaje" de la cotidianidad
social, en las fiestas los vínculos se estrechan gracias a la alimentación, al inter-
cambio de regalos, y la actitud apaciguadora e interesada por el otro. Las bromas
sirven asimismo como "costumbres-válvula" que descargan la tensión bajo formas
de conducta consentidas socialmente. Otras expresiones de este mismo tipo de
descarga se encuentran en los concursos y torneos deportivos, como el fútbol, y
en las fiestas tradicionales, como el carnaval, en que las personas comunes agreden
con befas a los de mayor jerarquía y desahogan su odio contenido.
Entre los estímulos desencadenantes de la conducta agresiva del hombre se
cuenta el dolor físico y la frustración. Eibl-Eibesfeld cree que hay que añadir a
estos los "estereotipos situacionales" que explica diciendo: "se cree que hay de-
tectores (mecanismos desencadenantes innatos) sintonizados con determinadas
situaciones, que se caracterizan por unas relaciones personales concretas y un de-
174 sarrol o estereotipado" (p. 114). Esto puede verse, aparentemente, en las reacciones
Brando, Juan Alejandro (2013). La agresión en el contexto de la etología y la antropología.
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frente a personas desconocidas cuya apariencia exterior es extraña; lo que puede
trasladarse a las relaciones entre culturas, puesto que hay una "tendencia humana
a constituir grupos cerrados y a reaccionar agresivamente frente a los forasteros
que se introducen en el grupo" (p. 115) Por eso, cuando no hay vínculos comuna-
les entre los grupos, la guerra es el estado normal de las relaciones. Eibl-Eibesfeld
compara los comportamientos motrices de instigación en los chimpancés y en el
hombre y concluye que presentan una gran similitud. Tal similitud se evidencia
en las estrategias de agrandamiento corporal a través de las vestimentas y atavíos.
Empero, también pueden contarse algunas formas específicamente humanas de
amenaza, verbigracia, la mirada fija y el ceño fruncido.
Sobre la cuestión del carácter innato de la agresividad humana, Eibl-Eibesfeld
se pregunta y se responde: "¿Existe un instinto de agresión y en consecuencia una
apetencia de enfrentamiento agresivo que puede ser desahogada? La respuesta es
afirmativa. Muchas personas están motivadas para actuar agresivamente. Bus-
can los enfrentamientos, y utilizan con profusión todas las posibilidades para
desplegar su agresividad en forma ritualizada" (p. 117). La agresividad es pasible
de ser desplegada o liberada a través de comportamientos agresivos directos y
vicarios: por ejemplo, la visión de filmaciones de contenido violento. También
el humor o la risa se supone que aminoran la agresión, pero probablemente no a
través de una descarga, sino de una orientación debida al estímulo de emociones
que frenan la agresividad.
Para Eibl-Eibesfeld, la discusión ha dejado de centrarse en la existencia de un
"instinto de agresión" (que hay que dar por supuesto) para atender al problema
de si el comportamiento agonístico se adquiere en la época juvenil de aprendizaje
(tesis del instinto secundario) o es innata al ser humano (tesis de la pulsión prima-
ria). Según dice, no existen pruebas concluyentes de la existencia de una pulsión
de agresión primaria, pero una serie de indicios abogan por su admisión. Un autor
l amado A. Plack ha sugerido que si hubiese una satisfacción plena de los instintos,
no habría agresión, pero Eibl-Eibesfeld arguye que el que cualquier frustración
sea capaz de activar la agresividad, no implica que sea su única causa.
Eibl-Eibesfeld postula la existencia de "ataques espontáneos de ira de origen
neurógeno, que van acompañados por una actividad eléctrica característica en
ciertas regiones cerebrales" (p. 123), lo que lleva a creer que la agresión está re-
ferida a la actividad de ciertos centros neurales.
La conducta agresiva de los animales está fuertemente influida por la madu-
ración y el aprendizaje. En el hombre, esta influencia se ve muy incrementada, a 175
Brando, Juan Alejandro (2013). La agresión en el contexto de la etología y la antropología.
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partir de los premios y castigos y los ideales del éxito vigentes en el modelo social.
En pueblos amantes de la guerra se enseña a los niños a responder a la agresión.
Los niños waika, por ejemplo, se identifican con la conducta de sus mayores emu-
lando sus alardes e intercambios de golpes. En las culturas de ideales pacíficos (por
ejemplo, los bosquimanos), no se induce a los niños a que contesten a los ataques,
sino que se los calma, y se disuaden las peleas por la intervención de un niño de
más edad. Todo esto indica que en la conformación del comportamiento agresivo
en una formación cultural, el aprendizaje del éxito juega un papel muy pregnante.
Se acepta entonces que "la agresividad humana está determinada en gran medida
por las experiencias individuales: jamás los etólogos han puesto en duda la validez
de este aserto" (Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 127).
Se ha procurado examinar los argumentos en virtud de los puntos de concor-
dia que pueden advertirse entre dos posiciones pretendidamente antagónicas. La
tarea emprendida ha consistido en evaluar un intento de explicación del fenóme-
no de la agresividad humana, conceptualizada a partir de criterios funcionales.
Se trató de reconstruir los argumentos de la etología humana, para después,
contrastarlos con los esgrimidos por cierta tendencia predominante en la antro-
pología cultural. Por un lado, esto tiene el resultado no despreciable de ofrecer
unas bases más precisas para una definición de la agresión y una explicación
consistente de sus causas. Por otro, la explicitación de esos elementos comunes
tiene una importancia singular a la hora de pensar en cuáles serían las condicio-
nes óptimas para una minimización de la conflictividad social.
Eibl-Eibesfeld sostiene, en general, que hay preceptos innatos al hombre que
le prescriben "no matar" a los de su propia especie, pero que pueden neutra-
lizarse o disfrazarse apelando a "filtros normativos culturales". Esto ocurre,
por ejemplo, cuando se niega a los extraños la condición humana, o se evaden
responsabilidades alegando formas adquiridas de fidelidad u obediencia. A los
efectos de esas racionalizaciones y justificaciones, se manipulan "estereotipos"
relacionados con la patria, la igualdad y la libertad. Así, la acción de matar en-
vuelve al hombre en un conflicto de normas, entre el filtro normativo biológico,
que previene no matar, y el filtro normativo cultural, que tiende a sofocarlo.
Esto explana los remordimientos y cargos de conciencia que experimentan los
176 matadores en las más diversas culturas. Eibl-Eibesfeld (1987) explica que:
Brando, Juan Alejandro (2013). La agresión en el contexto de la etología y la antropología.
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Cuando un filtro normativo cultural se imbrica o se superpone a otro bioló-
gico, generando un conflicto entre ambos, el hombre experimenta esa dis-
cordancia y suscita en él una impresión de desagrado. Dado que lo innato es
más sólido y opone mayor resistencia que lo adquirido a la modificabilidad,
se origina una presión que exige la armonización de ambos filtros normati-
vos (p. 206). Se puede obedecer una orden cultural de matar, pero no se puede dejar de
sentir el peso de la conciencia: "si algún día…se consigue la paz mundial,
será porque lo se ha deseado viva y espontáneamente atendiendo no única
y exclusivamente a consideraciones basadas en la racionalidad y en el prag-
matismo, sino a otros factores más poderosos: las normas que son innatas
La norma que prescribe no matar es innata, y por lo tanto, se adhiere a ella
naturalmente, aunque también se da el caso de que la guerra entre congéneres
es inconveniente desde el punto de vista racional. Los contactos entre seres hu-
manos, y la consecuente persuasión de que los extraños son congéneres, crean
una conciencia de especie que inhibirá progresivamente la agresión, puesto que
los seres humanos, más allá de la variación cultural, poseen "un repertorio de
comportamientos innatos idénticos hasta el más mínimo detalle", de suerte que
"desde el punto de vista de la biología del comportamiento, la humana es una
especie, y en consecuencia posee una base referencial común que permite en-
contrarse y entenderse. Únicamente desde el plano cultural definimos a los otros
como no-humanos y ya no podemos hacerlo con la conciencia tranquila" (Eibl-
Eibesfeld, 1987, p. 206). Asimismo, los "múltiples contactos" transculturales
tienden a crear una conciencia del hombre como especie.
El conflicto entre las normas, que oscila entre la agresión y el apaciguamien-
to, la compasión y la intolerancia, no tiene una resolución invariable. La jerarqui-
zación entre las normas parece obedecer en cada caso a una construcción cul-
tural. Una norma "cultural" de conservación de la especie, tal como lo postula
Eibl-Eibesfeld, ocuparía en cambio una jerarquía mayor que la de las "normas
culturalmente relativas". Una evolución cultural bajo el imperio de la razón "se-
guiría las mismas reglas que la biológica, pasaría por el mecanismo de la muta-
ción y de la selección. La selección pondría también a prueba la contribución de
una evolución cultural no dirigida por la razón a la conservación de la especie",
aspecto de importancia ya que "la elección considera un ‘error' todo lo que no da
buen resultado y, por tanto, lo elimina: muchas especies han pagado este ‘error'
con su desaparición. Una evolución gobernada por la razón puede preservarnos
de tales errores." (Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 208). La intolerancia respecto al extra- 177
Brando, Juan Alejandro (2013). La agresión en el contexto de la etología y la antropología.
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ño ha dejado de ser adaptativamente conveniente; al contrario, sería aconsejable
fomentar la actitud pacífica: "con la ayuda de este conocimiento de causa y apo-
yados en nuestras inhibiciones biológicas de la agresión, se está en disposición
de controlar con eficacia la reacción frente al ‘extraño'. Cuando se suscita un
conflicto entre dos normas biológicas –que el hombre vivencia bajo la forma de
intolerancia y compasión–, el conocimiento causal contribuye a hacer prevalecer
la última" (1987, p. 208). La supervivencia es, en esta línea, la base de cualquier
conducta, al nivel de una cultura, una raza o toda la humanidad. La conducta
humana está regida por pautas de comportamiento innatas que comprenden a
toda la especie: por consiguiente, la meta ha de ser la conservación de la humani-
dad. Una evolución comandada por la razón debería contemplar la multiplicidad
de culturas, que se supone deseable a los fines evolutivos, y tolerar sistemas de
valores diferentes en la medida en que no infrinjan las normas que previenen la
supervivencia de la especie.
En relación con los rituales para la preservación de la paz, que incluyen fiestas e
intercambio ceremonial de bienes, Eibl-Eibesfeld destaca que "en numerosas cultu-
ras la conclusión del conflicto y la preservación de la paz se efectúa a través de rituales
(fiestas) obligatorias, que, en sus líneas básicas, obedecen al mismo modelo" (1987, p.
231). En todos los estadíos de civilización el hombre ha tratado de encontrar modos
incruentos de resolver los enfrentamientos, los cuales han debido actualizarse con
arreglo a los adelantos tecnológicos y sociales. Eibl-Eibesfeld sostiene que el camino
de la ritualización conduce a un apaciguamiento de las pugnas intergrupales, no
obstante "sigue sin solucionarse el conflicto funcional entre agresión y vinculación
amistosa" ( p. 234). Las ritualizaciones, en ese caso, no han logrado la misma eficacia
que en el vínculo intragrupal, en el que operan pautas de comportamiento filogené-
ticas y culturales. El hombre tiene, luego, la iniciativa de l evar este mismo tipo de
pautas a la esfera intergrupal presumiendo que así podrá inhibir los conflictos. Se
sabe que en la agresión interespecífica, los ataques suelen ser mortales y ocurren una
vez que se ha sobrepasado una distancia crítica. En el conflicto intraespecífico no
pasa lo mismo: los conflictos intragrupales no persiguen el daño. De modo que el
trato con miembros de grupos extraños puede ser más hostil que con los del propio.
Eibl-Eibesfeld reconoce una serie de formas de evitación de los conflictos
destructivos que son comunes a los animales y al hombre, verbigracia: instiga-
ciones, actitudes de sumisión, intervención de terceros para concluir la disputa,
formación de jerarquías sociales, pautas de contacto amistoso, desarrollo de nor-
mas y cut off, evitación o evasión del conflicto. No obstante, existen también
178 algunas formas de evasión que parecen ser exclusivas del hombre, como las
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costumbres-válvula para desahogan la agresividad, los vínculos matrimoniales
que permiten integrar grupos separados, las posibilidades de contacto entre fac-
ciones enemigas y el despertar de la conciencia humanitaria y la educación para
la paz que rechaza conscientemente los modelos agresivos. Las formas com-
partidas por el animal y el hombre "adquieren su dimensión específicamente
humana en el fenómeno de la ritualización cultural, por ejemplo, mediante la
verbalización. Esto es aplicable tanto a las luchas ritualizadas como a esa afini-
dad de costumbres que fortalecen un vínculo, disminuyen tensiones, fomentan
la solidaridad de los miembros del grupo, mantienen abiertos los canales de
comunicación entre los enemistados y finalmente reconcilian a los bandos con-
tendientes mediante la firma de la paz" (Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 239).
A criterio de Eibl-Eibesfeld, hay en la conducta humana dos "filtros de nor-
mas" que ordenan procedimientos opuestos y por el o entran en conflicto: "si
percibimos al enemigo a distancia, tendemos a matarlo por considerarlo enemigo
de acuerdo con el filtro de normas culturales. Pero apenas establecemos un con-
tacto personal, nuestras inhibiciones innatas de la agresión se ponen en marcha;
más aún: se activan las pautas de comportamiento de toma de contacto amistoso"
(p. 241). Hay escritores que han afirmado que el hombre teme a la paz, en lugar de
perseguirla, siente como un peso el no poder exteriorizar su agresión y declama
a favor de la paz insinceramente. Eibl-Eibesfeld dice: "es verdad que un miedo
basado en la desconfianza ha impedido hasta la fecha un desarme generalizado,
pero este hecho no demuestra que el hombre no desee la paz." (p. 242).
Konrad Lorenz pensaba que la "estructura motivacional humana" no es-
taba preparada para la convivencia pacífica en sociedades de millones de in-
dividuos. El corazón del hombre no puede habituarse a amar a un sinnúmero
de semejantes: en este sentido, el ser humano es un eslabón perdido que no
es capaz de satisfacer las demandas de la vida social moderna. Eibl-Eibesfeld,
por el contrario, considera que el ser humano es "bastante bueno", puesto
que ha podido adaptarse a las sociedades de masas en forma relativamente
satisfactoria. La creación y fortalecimiento de vínculos se han basado en la
herencia filogenética, que fundamenta el mandamiento religioso de amor al
prójimo. Además, apunta que a pesar del temor al extraño, el hombre intenta
relacionarse con los otros hombres y considerarlos sus hermanos, identificán-
dose con ellos a través de una "poderosa carga emocional"…los hombres se
han unido para luchar juntos contra las fuerzas de la naturaleza tanto como
para combatir a los ‘enemigos'. De hecho hay una gran cantidad de tareas que 179
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unen a la humanidad, y en el futuro no escasearán los desafíos de este tipo"
(Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 243). Eibl-Eibesfeld está a favor de las tesis de que el
hombre tiende a propagar su simpatía hacia todos sus semejantes y de que esta
simpatía proviene de una ampliación del ethos familiar. Así resulta que nuestra
estructura motivacional capacita para la paz.
Una educación que fomente la actividad creadora como modo de sublimar
la agresividad y que disminuya las represiones, podría ser un planteo de interés.
Eibl-Eibesfeld cree, no obstante, que si se priva a los niños de las debidas di-
rectrices y controles culturales, se convierten en personas inseguras, que usarán
la agresividad como método de exploración social. Las contumelias contra la
familia son asimismo algo peligroso, pues la familia es el lugar de desarrollo de
la capacidad de amar y si se priva al individuo de los vínculos referenciales que
ella proporciona, podrá tener más adelante graves problemas de relación.
Las propuestas terapéuticas de reprimir la agresividad a partir de la reeduca-
ción, las drogas o las intervenciones quirúrgicas entrañan a su vez grave peligro,
porque en el fondo, no se sabe si la supresión total de la agresividad sería algo
deseable. Las personas agresivas pueden realizar acciones positivas para la su-
peración de problemas y no necesariamente dedicarse a la agresión destructiva.
Se supone que un hombre sin agresividad no podría hacer algún progreso en el
orden intelectual o social: las soluciones propuestas por la terapéutica podrían
ser apropiadas para casos de agresividad patológica.
Habría que procurar, luego, formas de educación que no borren por com-
pleto la agresividad, sino que la redirijan y socialicen, mitigando sus efectos
destructivos. Eibl-Eibesfeld piensa que los individuos jóvenes deben ser expues-
tos a experiencias de agresión para que conozcan sus efectos. La educación no
sólo debe apuntar al autocontrol, sino también a formar conciencia acerca de la
tolerancia y la solidaridad que se deben a cualquier ser humano, a una actitud
de comprensión de otros sistemas culturales y a una valoración de la diversidad.
Para eso, es preciso derribar las barreras comunicativas que contribuyen a estig-
matizar a los extranjeros como la "encarnación del mal."
Existen una serie de comportamientos innatos de vinculación y apacigua-
miento que sirven para controlar la agresión, a pesar de que la importancia
de esos rituales culturales no está suficientemente reconocida. Así, la paz es
algo que está al alcance del hombre, y que este busca siguiendo sus inclina-
180 ciones. El deseo de paz debe conducir a ideas conniventes con la coopera-
Brando, Juan Alejandro (2013). La agresión en el contexto de la etología y la antropología.
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ción a nivel mundial. Eibl-Eibesfeld propone delegar en las organizaciones
internacionales dedicadas a la paz la capacidad de administrar justicia y di-
rimir las querellas.
A pesar de que estudiosos del comportamiento han pretendido adver-
tir en algunos animales un egoísmo muy acusado, Eibl-Eibesfeld advierte
que "también en el reino animal vemos que se desarrollan otras pautas de
comportamiento que impiden los enfrentamientos destructivos intraespecí-
ficos, sin duda en beneficio mutuo y con toda seguridad sobre la base de la
reciprocidad" (p. 256). Los comportamientos humanos no obedecen, según
Eibl-Eibesfeld, a los supuestos beneficios que podrían reportar a la conti-
nuidad en el tiempo de la dotación hereditaria, como proponen algunas teo-
rías, sino al asentimiento a valores que son de importancia para el hombre:
"sentimos sensaciones agradables cuando somos amables con nuestros hijos
o con nuestros semejantes, mostramos compasión y tendemos a comportar-
nos de manera altruista" (p. 256). La selección ha actuado sobre el grupo
consanguíneo en el período de la filogénesis o desarrollo de la especie, con
la emergencia de las señales de comunicación madre-hijo. Esas señales sir-
vieron a su tiempo para favorecer la comunicación entre adultos. En el caso
de los seres humanos, ese ethos familiar es oportunamente transferido a un
grupo de pertenencia más amplio: "aprovechando esta disposición innata del
hombre para la vinculación individual, el adoctrinamiento ideológico cultu-
ral tiene a cohesionar al grupo como si fuera una familia, es decir, propicia
el desarrollo de un ethos grupal familiar que sitúa los valores del grupo por
encima del valor de la estirpe y de la familia" (p. 257). Eibl-Eibesfeld ad-
vierte entonces que es un indudable progreso la sustitución del egocentrismo
por el interés grupal, aunque resta todavía saber si podrá superarse la esfera
de las luchas intergrupales. Un humanitarismo que tendiese a menguar la
vigencia de tales luchas no requeriría el desmantelamiento de la propia iden-
tidad cultural –que, como se ha visto, sería contraproducente para el vigor
de la cultura humana en general– si bien tiene como requisito indispensable
el respeto y la valoración de los otros: "la capacidad para la solidaridad y la
simpatía, nacidas en el cohesionado grupo pequeño, y la aptitud cultural de
tratar como hermanos a personas desconocidas, favorecen la adhesión a la
humanidad que trasciende las fronteras grupales" (Eibl-Eibesfeld, 1987, p.
257). En suma, puede decirse que el ser humano tiene predisposiciones tanto
para la guerra como para la paz, y debería asumir con respecto a ello una
elección racional y responsable.
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Mientras que la agresión intragrupal humana está, en buena medida, basada
en adaptaciones filogenéticas que la controlan, la agresión intergrupal persigue
la aniquilación del contrincante como resultado aparente de los procesos de en-
doculturación o "seudoespeciación" que han diferenciado los grupos humanos.
Los seres humanos tienen disposiciones innatas a establecer vínculos, que son
reprimidas con la formación de grupos rígidos que comienzan a competir entre
sí por el espacio y los recursos naturales. La agresividad destructiva del hombre
está marcada por una superposición de filtros culturales que ordenan al hombre
desligarse de sus obligaciones de amar al prójimo, las cuales estaban presentes
en sus filtros biológicos. Esto produce en él problemas de conciencia puesto que,
en medio de la disputa, percibe al contrario como un semejante. Eibl-Eibesfeld
dice que "en esta antinomia entre la norma cultural y la biológica radica el anhe-
lo de paz universal del hombre, que desea armonizar el filtro normativo cultural
y el biológico" y añade que "la única esperanza la constituye nuestra conciencia,
y a partir de ella podríamos conseguir la paz sometiendo la evolución a los dic-
tados de la razón" (Eibl-Eibesfeld, 1987, p. 260). Esto implica que hay que pro-
ponerse el ejercer de manera incruenta las funcionalidades de la guerra y educar
para la convivencia pacífica, la tolerancia y la comprensión.
El trabajo se proponía evaluar críticamente los argumentos que ofrecen los
autores en lo atingente a los orígenes de la agresividad humana, tanto como
las posibilidades de proponer puntos en común que propendan a la búsqueda
de nuevas formas de abrogación de la conflictividad social El contacto con la
literatura ha reportado observaciones interesantes, y también incluso algunas
afirmaciones que merecen ser estudiadas, entre las que se cuenta la siguiente: de
la relación comparativa entre las tesis de la etología humana y la antropología
cultural, resulta la saturación de dos enunciados: primero, el de que el hombre
no es un ser naturalmente inclinado a la agresión intraespecífica, y segundo, el
de que el ambiente tiene un rol preponderante en el incentivo o control de la
conducta agresiva. Esta conclusión se ilustra en el cuadro siguiente.
Las de la izquierda son aseveraciones típicas de la etología humana en la ver-
sión de Eibl-Eibesfeld. En el límite entre ellas, podría consignarse la tesis según
la cual la adquisición de elementos técnicos ha incrementado el potencial agresi-
vo de la especie humana descompensando el equilibrio agresión-inhibición . En
182 efecto, los elementos técnicos no dejan de ser parte del ambiente y su influencia
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Etología Humana
Antropología Cultural
Resultado
El hombre posee unas
El hombre es un ser
potencialidades para la
naturalmente equipado para El hombre no está
agresividad, compensadas
la vida pacífica y comunitaria, naturalmente inclinado a la
por formas naturales de
el amor y la cooperación.
agresión intraespecífica.
inhibición. La modernización, el ocaso
La educación deficiente, la
de la tradición y la vida en
vida en condiciones
grandes conglomerados
desfavorables y la difusión de El ambiente tiene un rol
l evan a los seres humanos a
ideas acerca de la agresividad
una agresividad que sus
innata de la especie humana, preponderante en el
formas naturales de
predisponen al hombre a ser incentivo o el control de la
inhibición no son capaces de agresivo1.
conducta agresiva.
en el comportamiento tiene una importancia que no se puede desconocer. En
el centro, figuran expresiones que pueden atribuirse sin duda a la línea de an-
tropólogos como Ashley Montagu. A la derecha, se encuentra la parte en la que
concuerdan los dos partidos, el de los etólogos y el de los antropólogos. Así, a
pesar de las disputas procedimentales en que se han enzarzado tanto la corriente
de la etología humana como la de la antropología cultural, y que versaban so-
bre las formas de estudiar el comportamiento humano y sobre las presunciones
acerca del origen cabal de esos comportamientos, se puede ver cómo algunas
de sus concepciones teóricas derivan en afirmaciones compatibles entre sí, en
particular en lo que se refiere a las causas, consecuencias y soluciones para el
problema de la agresividad.
Desde luego, las diferencias entre estos partidos, a pesar de todo, habrán de
ser prominentes, y obedecerán a concepciones distintas de lo que se entiende
por "ambiente". La destrucción de un equilibrio natural no puede ser revertida
por medios tan artificiales como los que la provocaron. Destruir lo natural y
suplirlo con lo artificial no deja de ser un artilugio sin ton ni son, una mueca
desesperada de la cultura humana ante lo irremediable. En cambio, pensar que
1 "Muchos estudiosos y observadores de los niños han llegado a la conclusión de que la conducta
agresiva se aprende. Es decir, un niño cuya conducta agresiva se ve recompensada…tiende a ser
más agresivo que otro cuya conducta agresiva se vea desanimada por derrotas constantes o por
desaprobación." (Montagu, 1981, p. 28). "Ninguna pauta de conducta puede explicarse mediante una
sola y única condición. De hecho, suponer que una conducta tan compleja y generalizada como la
"crueldad" se debe sólo a la herencia del hombre, sin contribución alguna del medio, es adoptar una
posición que muy pocos científicos reputados aceptarían." (Montagu, 1981, p. 53).
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una reforma de la educación, una mejora en los estándares de vida y la rectifi-
cación de los discursos sobre la agresividad puede conducir a una sociedad más
pacífica, apunta más bien a cierta esperanza, aunque sea mesurada, por lo que
puede construirse, pero no a la nostalgia por lo que se perdió.
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Source: http://publicaciones.autonoma.edu.co/index.php/anfora/article/viewFile/66/63
Organometallics 2008, 27, 1384–1392 Theoretical Studies of the sp2 versus sp3 C-H Bond Activation Chemistry of 2-Picoline by (C5Me5)2An(CH3)2 Complexes (An ) Th, U) Ping Yang,* Ingolf Warnke,† Richard L. Martin, and P. Jeffrey Hay* Los Alamos National Laboratory, Los Alamos, New Mexico 87545 ReceiVed September 18, 2007
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